(por Martín Branquias)
Son las 15:35 de la tarde de un día que tiene muy pocos números de ser recordado, y muchos menos celebrado, en el futuro. No es lo que se dice memorable llegar a casa tras haber ido a un Juzgado, uno de esos lugares sórdidos donde hay que darse un garbeo de tanto en cuando, a ratificarme en un convenio de separación que convertirá a mi chaval en una pelota de ping pong. Le iré a buscar el primer y el tercer viernes de cada mes y lo devolveré a su madre los respectivos domingos por la tarde, sólo queda esperar la sentencia para acabar de rubricarlo todo y, oficialmente, c‘est fini (según google se escribe así).