(por Magdalena Biota)
A Magda la llevo de las narices.
No es una inspirada. Más bien parece pirada. Siempre le duele la tripa de no sabérsela lunga. La sabe corta. Se corta sola. Y no se encuentra. Sin embargo, estaba contenta, subiendo peldaños en una escalera de lluvia.
Subió y de tan cansada quedó despierta. Y le surgieron dos o tres cuestiones con el tiempo. La tripa le seguía doliendo y tenía hambre de besos.
A Magda su papá siempre le decía fenómeno, y Magda se sentía muy bien, especial con su epíteto esdrújulo. Pero después vio que un fenómeno es algo exótico, que también es esdrújulo, especie de lo raro. Y de tan rara, pasó a ser freak, pero lo freak le asusta, y quiso perder lo freak y volverse arista. O loca. Con una insanidad toda desnuda, de esas que la volverían inimputable. Inimputable para amar hasta la demencia.
Entonces le mostré la escalera de lluvia y le resultó un hallazgo, una sorpresa. Una locura. Pero Magda tiene miedo. Y por eso yo la asusto mostrándole toda la magdasidad que sube detrás de las pupilas.
Magda no quiere que la aten cuanto se encuentra tête à tête con la magdasidad. Quiere la caricia de un océano de miradas de sal. Magda espera ser amada. Le duele cuando la desatan.
Ésa es la tragicomedia de Magda. Y es ahí donde entro yo. Porque a mí no me duele. A mí me hace gracia: Magda quiere ver, pero es chicata. Y yo le muestro primero la escalera de peldaños de gotas de lluvia, frescas y alegres. Sube y le muestro la altura del océano, profundidades oscuras. Ramas del recuerdo; ramas del olvido, las hojas sorbidas por la tristeza de la existencia, resina en el dolor, dicha en la savia.
Y el vacío de la luna lo chupa todo en un espiral hacia abajo, hacia lo grave, lo grávido, lo oscuro, la tierra.
Magda quisiera ser grande. Grande como lombriz. Oxigenar de cielo la tierra. Pero Magda es Magda. Pequeña, pequeñísima Magda.